16 de octubre de 2012

El asalto a la naturaleza (4). Lo que es y lo que no debería ser

En la actualidad, la disminución de la reserva de los recursos naturales debido al desarrollo irreflexivo de las fuerzas productivas en detrimento de sus condiciones de reproducción permanente, está minando las condiciones mismas de existencia humana. Jeremy Rifkin (1945), economista estadounidense autor de “The age of access. The new culture of hypercapitalism” (La era del acceso. La revolución de la nueva economía) dice que en los últimos años “se ha acentuado la explotación de materias primas, incluyendo petróleo, recursos forestales, cobre, café, banano, minerales, metales preciosos, diamantes, a despecho de la propaganda sosteniendo que ya no son importantes esas materias primas ni los recursos naturales, porque la sociedad posindustrial -en la que supuestamente nos encontraríamos- ya no los necesita, dado que ahora lo que contaría es el conocimiento y la información”. Estos supuestos no tienen nada que ver con la realidad ya que los polos dominantes en el mercado mundial capitalista siempre deben recurrir a las fuentes materiales de producción. No se pueden producir cosas materiales a partir de la nada. Es necesario utilizar la materia y la energía incluso en los casos en que ciertos materiales sintéticos sustituyen a determinados productos. Por ejemplo, si al hierro se lo reemplaza por plástico, eso supone el empleo de mayores cantidades de petróleo.
Las guerras de las últimas décadas que, tras el eufemismo de “guerra humanitaria”, involucran a las grandes potencias, están invariablemente relacionadas con la apropiación de importantes reservas de petróleo y otras fuentes energéticas. Estados Unidos, por ejemplo, el primer actor económico del mundo que posee el 4% de la población mundial pero utiliza el 25% de la energía fósil del planeta y es el mayor emisor de gases contaminantes, desde hace casi treinta años (en los sombríos Documentos Santa Fe IV elaborados por la CIA) viene sosteniendo la necesidad de controlar los recursos naturales de América Latina, no sólo como prioridad sino como una cuestión de seguridad nacional. La organización Project New American Century, fundada en Washington en 1997 por miembros del Partido Republicano con el objetivo de promover "el liderazgo mundial de Estados Unidos”, postula que dicho país debe aprovechar sus ventajas acumuladas para continuar siendo la potencia hegemónica del siglo XXI, para lo cual debe seguir un plan de incremento de su poderío militar con el fin de “no comprometer el nivel de vida de su población”. Para ello reivindica el uso sistemático de la fuerza incluso en ataques “preventivos”, con o sin el apoyo de la comunidad internacional. También el actual gobierno, en manos del Partido Demócrata, hace apenas unos meses declaró materias atinentes a la “seguridad nacional” lo relativo a la energía, los recursos hídricos, los alimentos, la producción agrícola, el trabajo y todo tipo de tecnologías y suministros, incluidos materiales de construcción; y se atribuye competencias y facultades para mantener la provisión adecuada de ellos para los requerimientos de la Defensa Nacional.
Resulta así más que evidente que la mayor potencia militar del mundo pretende asegurarse la ilimitada disposición de la naturaleza. Esto no es nuevo para los países del hemisferio sur, claro está. Lo vienen padeciendo desde hace cinco siglos. La historia del “progreso” y el “desarrollo” en esta parte del mundo a partir del siglo XVI está directamente emparentada con la de sus territorios y sus habitantes que, como explica el historiador panameño Guillermo Castro Herrera (1950) en “Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina”, fueron incorporados rápidamente “a las necesidades del desarrollo del capitalismo noratlántico, lo que provocó severas modificaciones del paisaje natural como producto de las demandas económicas del sistema mundo, e introdujo nuevos sentidos culturales que orientaron las relaciones naturaleza-sociedad precisamente en función de aquellas demandas”. En el mismo sentido se expresa el biólogo estadounidense Daniel Hunt Janzen (1939) en una reciente entrevista concedida al diario “La Nación” de Costa Rica: “el actual modelo de desarrollo impacta no sólo en el medio ambiente al usufructuar de los recursos naturales; también lo hace en su cultura. Los valores que lo sustentan y se reproducen desde el sistema educativo, los medios de comunicación y el mundo del trabajo, por citar tres espacios decisivos del campo cultural, transforman la mentalidad colectiva, las aspiraciones individuales y modifican la dinámica de las relaciones entre naturaleza y sociedad, al punto de provocar la descomposición de la voluntad de una nación”.
En su “Kritik des Gothaer programms” (Crítica del programa de Gotha), Marx definía a la naturaleza como “parte fundamental de la producción de valores de uso” y como “primera fuente de todos los medios y los objetos de trabajo”. Esto lo hizo con el fin de explicar el surgimiento de la fuerza de trabajo como una mercancía en el modo de producción capitalista ya que, quien no dispusiese de la propiedad sobre la naturaleza, debería entregar su fuerza de trabajo a quienes sí la ostentasen. Es la idea que desarrolló en profundidad en el tomo primero de “Das Kapital” (El Capital). Pero también se había referido a la naturaleza en sus comienzos (etapa conocida como la del “joven Marx”) cuando escribió “Ökonomisch-philosophischen manuskripte aus dem jahre 1844” (Manuscritos económico-filosóficos de 1844), en los que esbozó una definición del concepto de naturaleza como "el cuerpo inorgánico del hombre, es decir, la naturaleza en cuanto no es ella misma el cuerpo humano. El hombre vive de la naturaleza; esto quiere decir que la naturaleza es su cuerpo, con el que debe permanecer en un proceso continuo, a fin de no perecer. El hecho de que la vida del hombre depende de la naturaleza no significa otra cosa sino que la naturaleza se relaciona consigo misma, ya que el hombre es una parte de la naturaleza. El hombre no está en la naturaleza, sino que es la naturaleza”.
A propósito de la expansión del capital sobre la naturaleza, Marx se explayó en sus “Grundrisse” (Elementos fundamentales para la crítica de la economía política), escritos entre agosto de 1857 y mayo de 1858. En esos bosquejos, ya con un enfoque más economicista, explicaba que “la creación de plusvalía (la diferencia entre el salario del trabajador y el valor de los bienes producidos) exige la ampliación constante de la esfera de circulación de mercancías”. De manera que “la tendencia a crear el mercado mundial está dada directamente en la idea misma del capital… El comercio ya no aparece entonces como función que posibilita a los productores autónomos el intercambio de su excedente, sino como supuesto y momento esencialmente universales de la producción misma”. Para lograr una mayor plusvalía, es necesario que se amplíe el consumo dentro de la esfera de circulación, tanto en forma cuantitativa como cualitativa, o generando necesidades con el descubrimiento y creación de nuevos valores de uso. Con ese fin, el capital se lanza -dice Marx- a “la exploración de la Tierra en todas las direcciones” en búsqueda de nuevas propiedades y nuevos objetos naturales. La naturaleza pierde así su carácter originario y se convierte en un objeto de provecho para la satisfacción de esas nuevas necesidades. “El capital crea así la sociedad burguesa y la apropiación universal tanto de la naturaleza como de la relación social misma por los miembros de la sociedad”, de lo que se desprende que la ampliación incesante del sistema de necesidades humano y la expansión sobre la naturaleza son inherentes al proceso de producción y reproducción capitalista. Como bien dice el sociólogo y economista estadounidense James  O’Connor (1930) en “Natural causes” (Causas naturales): “La naturaleza es un punto de partida para el capital, pero no suele ser un punto de regreso. La naturaleza es un grifo económico y también un sumidero, pero un grifo que puede secarse y un sumidero que puede taparse. La naturaleza, como grifo, ha sido más o menos capitalizada; la naturaleza como sumidero está más o menos no capitalizada. El grifo es casi siempre propiedad privada; el sumidero suele ser propiedad común”.
En el actual modelo, una de las tres fuerzas productivas, el capital, se alimenta de la explotación y el desgaste de las otras dos: la naturaleza y el trabajo, y desplaza hacia éstas todas las consecuencias nefastas del proceso productivo. En lo que respecta a la naturaleza, uno de los factores que determinan la extensión y el ritmo de apropiación del ambiente como base del sistema productivo, lo constituye la velocidad de rotación como factor de valorización del capital. Dice el ingeniero químico mexicano Enrique Leff (1946) en “La capitalización de la naturaleza y las estrategias fatales del crecimiento insostenible”: “Dada una determinada condición de producción y precios, cuanto más rápido rote un capital, cuantas más veces por período de tiempo pueda el proceso productivo revertir en mercancías comercializables, mayor será la masa de ganancia obtenida y la tasa de ganancia. Pero pocas veces el reloj de la producción capitalista, coincide con el tiempo de los ciclos ecológicos y la sobreexplotación de los recursos renovables es una de las consecuencias esperables”.
Por su parte, el economista argentino Pablo Gutman (1949) explica en “Desarrollo rural y medio ambiente en America Latina”: “La apropiación del ambiente como sustrato material del proceso productivo, cuando éste responde a las necesidades de la valorización del capital, supone una interacción que, dentro de un abanico de tecnologías dadas, se resuelve muchas veces en contra del equilibrio ecológico”. El ecosistema -como fuente de insumos materiales del proceso productivo- incorpora a la producción de mercancías un componente natural cuya producción artificial es total o parcialmente imposible. “Estas características -dice Gutman- permitieron y promovieron la apropiación de los elementos naturales que participan en la producción para obtener una renta diferencial, una sobreganancia”. “La extensión e importancia de este fenómeno dependerá -amplía el biólogo mexicano Víctor Toledo (1945) en “Ecología y recursos naturales”-, en una economía de mercado, de la disponibilidad de recursos naturales, de la estructura de costos de la rama productiva y de la formación de precios en el mercado consumidor. Por norma general, al depender la captación de la renta de una situación del mercado, esto influye para acelerar la tasa de explotación del ambiente. Más aún, cuando la evolución del mercado o la posibilidad de obsolescencia tecnológica pongan en peligro la continuidad de la renta diferencial, la racionalidad de la valoración del capital transformará esta tasa acelerada en una sistemática sobreexplotación del ambiente para asegurar su más rápida transformación en mercancía. Pero, más allá de ciertos límites o umbrales que son inherentes a los propios sistemas ecológicos, la producción se colapsa y el sistema productivo se destruye irreversiblemente”. Porque, cuando los sistemas naturales son manipulados para ser convertidos en una suerte de “agro-eco-sistemas”, invariablemente se altera el equilibrio y la elasticidad original de aquellos a través de una combinación de factores ecológicos y socioeconómicos.
Es sabido que uno de los recursos que se está agotando rápidamente es la tierra fértil. Su sustentabilidad está seriamente en duda ante los procesos de calentamiento global, con sus consecuentes inundaciones, sequías, huracanes, etc. A medida que las tierras se empobrecen, la producción de alimentos disminuye al igual que el suministro de otros bienes y servicios de los ecosistemas. En ese sentido, no debe olvidarse que, así como el capital se concentra en un número cada vez menor de manos, también lo hacen los alimentos. Al respecto, es esclarecedor el texto “El imperialismo, aunque se vista de seda…” del escritor venezolano Luis Britto García (1940): “Una docena de transnacionales y treinta y seis filiales interconectadas dominan su producción y mercadeo mundial. Integran el cartel Anglo-Holandés-Suizo: doce de ellas están asociadas al cartel de Windsor, la casa reinante inglesa; las demás en su mayoría están vinculadas a otras cinco casas reales. Apenas dos, Continental y Cargill, controlan más de la mitad de la producción de granos global. Este colosal oligopolio domina el 95% de la producción alimenticia de Estados Unidos, Europa, los países del Commonwealth y Latinoamérica, especialmente Argentina y Brasil, y de sus cosechas dependen cinco mil millones de personas. En el resto del mundo ha deprimido la producción de alimentos incoando la eliminación de políticas proteccionistas y subsidios, la suspensión de financiamientos y grandes proyectos agrícolas, el ‘dumping’ y el dominio sobre semillas y fertilizantes”. “Este sistema -continúa Britto García-presupone el monocultivo, que a su vez impone el latifundio, la expulsión masiva de campesinos y la producción de alimentos para la exportación y la especulación, y no para satisfacer las necesidades de la población del país donde se produce. También trae consigo el cultivo de especies genéticamente alteradas y estériles, y a veces desvía los vegetales del consumo humano para destinarlos a la producción de biocombustibles y de alimentos para el ganado. Este modelo elimina la diversidad biológica, destruye la base social y en fin agota la tierra”.
El ya citado O’Connor dice en “Is sustainable capitalism possible?” (¿Es posible el capitalismo sostenible?): “Estamos en presencia de una lucha a escala mundial por determinar cómo serán definidos y utilizados el ‘desarrollo sostenible’ o el ‘capitalismo sostenible’ en el discurso sobre la riqueza de las naciones. Esto quiere decir que la ‘sostenibilidad’ es una cuestión ideológica y política, antes que un problema ecológico y económico. El capitalismo tiende a la autodestrucción y a la crisis; la economía mundial crea una mayor cantidad de hambrientos, de pobres y de miserables; no se puede esperar que las masas de campesinos y trabajadores soporten la crisis indefinidamente y, como quiera que se defina la ‘sostenibilidad’, la naturaleza está siendo atacada en todas partes”. En cuanto a las políticas ambientales y el discurso de la sostenibilidad esgrimidos tanto por los gobiernos como por el capital global (FMI, Banco Mundial, etc.), “la evidencia favorece la idea de que el capitalismo no es sostenible desde el punto de vista ecológico, a pesar de la reciente avalancha de charlas sobre ‘productos verdes’, ‘consumo verde’, ‘forestación selectiva’, ‘agricultura baja en insumos’ y demás. Y si bien se plantea desde algunos movimientos ambientalistas (frecuentemente financiados por aquéllos) que las perspectivas para alguna clase de ‘socialismo ecológico’ no son buenas, las de un ‘capitalismo sostenible’ pueden ser aun más remotas. Una respuesta a la pregunta sobre la posibilidad de un capitalismo sostenible es: no, a menos y hasta que el capital cambie su rostro de manera que pudieran tornarlo irreconocible para los banqueros, los gerentes de finanzas, los inversionistas de riesgo y los gerentes generales que se miran al espejo hoy”.
El teólogo y ecologista brasileño Leonardo Boff (1938) establece en "Contradição capitalismo/ecología” (La contradicción capitalismo/ecología) tres nudos problemáticos creados por el orden del capital que deben ser desatados: el nudo del agotamiento de los recursos, el de la sostenibilidad de la Tierra y el de la injusticia social mundial. Dice con respecto al primero: “Cada día desaparecen para siempre diez especies de seres vivos. Desde la época de la desaparición de los dinosaurios nunca se ha visto un exterminio tan rápido. Con esos seres vivos desaparece para siempre una biblioteca de conocimientos que la naturaleza sabiamente había acumulado. A partir de 1972 la desertificación ha causado la pérdida de cerca de 480 millones de toneladas de suelo fértil. El 65% de las tierras que un día fueron cultivables, hoy ya no lo son. La mitad de las selvas existentes en el mundo en 1950 han sido tumbadas. Sólo en los últimos treinta años han sido derribados 600.000 km2 de selva amazónica brasileña. Las inmensas reservas naturales de agua, formadas a lo largo de millones y millones de años, están próximas a agotarse. El agua potable ya es uno de los recursos naturales más escasos, pues solamente el 0,7% de toda el agua dulce es accesible al uso humano”.
Se pregunta en cuanto al segundo nudo: “¿Cuánta agresión aguanta la Tierra sin desestructurarse? La quema de petróleo, de carbón y de las selvas, libera el dióxido de carbono que calienta la atmósfera. En el último siglo la temperatura de la tierra ha aumentado entre 0.3º y 0.6º. Para los próximos cien años se calcula un aumento de entre 1.5º a 5.5º. Tales cambios provocarán desastres descomunales, como sequías o el deshielo de los cascotes polares, que causaría la inundación de las costas marítimas donde vive el 60% de la población mundial”. Y en cuanto a la injusticia social mundial, remarca Boff: “Es injusto y sin piedad que, en el actual orden del capital mundializado, el 20% de la humanidad detente el 83% de los medios de vida (en 1970 era el 70%) y el 20% más pobre tiene que contentarse con sólo 1.4% (en 1960 era 2.3%) de los recursos. Este cataclismo social no es inocente ni natural. Es resultado directo de un tipo de desarrollo que no mide las consecuencias sobre la naturaleza y sobre las relaciones sociales. Por eso constituye una trampa del sistema capitalista el llamado ‘desarrollo sostenible’, que evidencia una contradicción en su mismo nombre”.
El politólogo italiano Fulvio Attinà (1947), autor de "Il sistema politico globale” (El sistema política global) dijo que las dificultades para la solución de los problemas del medio ambiente están relacionadas, por un lado, con que la ciencia no tiene un conocimiento muy claro sobre los problemas de la contaminación, y, por otro, la contaminación y su resolución son problemas económicos. “Sólo las medidas anticontaminantes que sean baratas son buenas; las medidas anti contaminantes costosas no lo son. La investigación científica debe trabajar para encontrar medidas de anticontaminación económicas y así se podrá controlar la contaminación”. Llegados a este punto, la situación de los seres humanos puede ilustrarse con la imagen que el economista alemán Franz Hinkelammert (1931) utilizó en “Leben ist mehr als capital. Alternativen zur globalen diktatur” (La vida o el capital,  alternativas a la dictadura global) para referirse a la dramática situación de la especie humana: “Dos competidores están sentados cada uno sobre la rama de un árbol, cortándola. El más eficiente será aquel que logre cortar con más rapidez la rama sobre la cual se halla sentado".