11 de octubre de 2012

Juan José Saer: "La buena literatura, en todo tiempo y lugar, es capaz de superar sus crisis a través de sus textos" (8)

"La literatura -dijo alguna vez Saer- nos consuela pero no nos salva". El primer libro de Saer, "En la zona", fue publicado en 1960 por la editorial santafesina Castellvi. Eran momentos de una particular efervescencia y expansión cultural que en el campo literario estaban vinculados a la aparición y los efectos de "Rayuela", lnovela experimental de Julio Cortázar (1914-1984), recortados sobre los fenómenos más vastos del crecimiento del público lector y de la industria editorial, que contribuyeron al denominado "boom" de la literatura latinoamericana. "Conviene puntualizar -sugiere la profesora de Letras María Teresa Gramuglio (1939)- que a principios de esa década la tendencia más notoria en la narrativa argentina englobaba diversas variantes del realismo en las que confluían y se enlazaban los antecedentes más remotos del Grupo de Boedo, las formas difusas de la reflexión moral representada por algunos escritores vinculados a la revista 'Sur' y el fuerte compromiso con la crítica social y política que constituía la realización literaria, en el campo de la ficción narrativa, del programa de la revista 'Contorno'. Es a partir de la publicación de 'Rayuela' que comienzan algunos cambios y desplazamientos que diseñan las nuevas tendencias que pasarán a ser dominantes en la segunda mitad de la década". Entre la herencia de los años '50 y la narrativa que cristaliza a mediados de los '60, la primera obra de Saer inauguró un espacio diferente, distinto de las dos tendencias principales. Mario Goloboff (1939), escritor y docente universitario argentino que compartió con el autor de "El limonero real" los años franceses, recuerda que "sus años de éxito en la Argentina y relativa circulación fuera de ella, aunque hay traducciones de sus libros a casi todas las lenguas europeas, fueron precedidos por dos décadas de casi completa oscuridad. Saer escribió buena parte de su obra para un grupo de amigos. Sólo a mediados de los años ochenta, cuando había publicado más de diez libros, entre los que está quizás su mejor novela, 'Glosa', el periodismo se desperezó y le dedicó a Saer una atención que antes sólo había recibido en textos de circulación restringida al campo intelectual y crítico. Esto habla también de la Argentina, donde la dictadura militar consideró enemigos a los escritores opositores, y la prensa se ajustó a esa norma". La historia de Saer en su país natal estuvo cargada de obstáculos. "Las primeras ediciones argentinas de los años '80 -evoca Goloboff- fueron las del Centro Editor de América Latina, una editorial que arriesgó mucho desde 1976. Libros baratos, vendidos en kioscos, de esos que pierden sus hojas en cuanto se abren. En 1983, 'El entenado' aparece en Folios, pequeña editorial fundada por un exiliado a su regreso. Antes, la novela 'Nadie nada nunca' había aparecido en México, en 1980, y sólo debe de haber conseguido un centenar de lectores argentinos". La obra de Saer conforma una auténtica "unidad de lugar". "A mí me gusta intentar formas nuevas cada vez que escribo un libro -dijo-. Podría decir que son los mismos personajes, el mismo lugar, pero me gusta cambiar el tono, el punto de vista, siempre manteniendo un elemento fijo, cambiando la forma". Esa "unidad de lugar" de su ficción narrativa recorre tanto la historia argentina contemporánea desde los años del primer peronismo ("Responso", "Cicatrices") hasta la última dictadura militar ("Nadie nada nunca", "Glosa", "Lo imborrable"), así como destacados episodios de un pasado más o menos lejano: el período de la conquista ("El entenado") y el siglo XIX ("La ocasión"). Igualmente, otros textos menos estudiados por la crítica establecen también diversos lazos con determinados momentos históricos del pasado colonial ("Las nubes"). Para Saer, si se pierde la memoria histórica se pierde el sentido social y, por lo, tanto se pierde el discurso, o más bien hay una pérdida de sentido en ese discurso, una confusión que es característica de la subjetividad en el sujeto posmoderno. "El Estado propicia el olvido; el escritor da cuenta de ese olvido". Beatriz Sarlo (1942) escribió que, aunque "pesimista, la literatura de Saer habla, bellamente, de la imposibilidad. Cuando ya no pueden escribirse historias plenas, Saer de todas formas inventa historias, horadadas por elipsis tan sorprendentes como sus repeticiones, por descripciones que son aventuras tanto como son aventuras los diálogos, sólo en apariencia inmóviles y reiterados". Y allí está Saer con sus historias, con sus ficciones, con su literatura tan difícil de encasillar y catalogar. Para terminar, la octava y última parte de la recopilación editada de varias de las muchas entrevistas concedidas por Juan José Saer en los últimos años de su vida.



Una vez el escritor es­pañol José Hierro dijo, refiriéndose a los "opinólogos"; "Hay mucho viejo verdí­simo literario, como los viejos verdes que se hacen ver ante las señoritas, aunque no les interesen, para que parezcan como que siguen existiendo y siguen estando. Hay muchos que escriben aunque no tengan nada que escribir para mostrar que siguen existiendo y siguen estando".

Sí, también hay muchos que no existen, que nunca existie­ron, que ganan cantidades fabulosas. El de Hierro es un juicio interesante. Hay muchos autores que hace años que no pu­blican, pero quieren estar presentes en el candelero todo el tiempo. Bueno, la culpa de eso la tiene un poco el periodismo. Muchos escritores en el siglo XX enten­dieron que para hacerse una reputación literaria hay que estar presente en el pe­riodismo y si es posible fuera de las pági­nas literarias. Entonces dan reportajes en las secciones deportivas, hablan de políti­ca o de moda o son jurado en los festiva­les de cine; todo eso es una forma de hacer publicidad a su obra, de que su nombre esté presente en la cabeza, en la memoria de los espectadores o de los po­sibles lectores y, por esta intervención martillante y excesiva, tratan de no salir del candelero, aunque los libros que escri­ban sean ya totalmente trasnochados. Bueno, es un fenómeno de la sociedad de consumo. El libro es una mercancía, el es­critor es un productor y su presencia pú­blica es una forma de publicidad, se puede discutir o no la cuestión. Y tal vez haya algo de viejo verdísimo en el sentido que dice José Hierro.

Esta ciencia que ha creado la li­teratura, la ''opinología", tiene una variante comercial pero, ¿no cree también que tiene una variante directamente relacionada con el ego de las personas?

Sí, probablemente. Sartre decía una cosa: "Un escritor tiene que decir lo que tiene que decir, lo que no tiene que decir lo tiene que callar". Eso lo han aprendido muchos escritores. Tenemos autores como Rulfo, Beckett, Onetti, Faulkner, Joyce que hacían lo que te­nían que hacer y se callaban la boca. Hay una confusión bastante frecuente entre periodismo y literatura. Yo no estoy aquí para denigrar el periodismo, porque de todas maneras el periodismo es una con­tribución importante para el conocimien­to de mi obra literaria; pero simplemente lo que yo quiero dejar bien sentado es que la persona que cree que porque escri­be periodismo o porque escribe literatu­ra puede escribir lo contrario, y que lo contrario es equivalente, está totalmente equivocada. Entonces las opiniones de un autor en un diario tienen poco y nada que ver con su literatura. Muy pocos au­tores siguen prolongando su trabajo lite­rario. Yo estoy escribiendo desde hace algunos años en varios diarios. Cuando comencé a hacerlo, reflexioné bastante sobre lo que tenía que hacer y decidí no hablar -salvo una o dos veces y cuando lo hago explico el porqué lo hago- en primera persona. Y parecería que la prensa les pide a los autores de hablar en primera persona, de dar opiniones; es un poco como si fuese el irresponsable de turno que puede decir lo que quiere. Yo he sido periodista, trabajé tres años en un diario y, cuando yo escribía mis artí­culos periodísticos, nunca hacía literatu­ra; yo hice noticias de policía, tribunales, universitarias, el estado del tiempo...

Como Angel, uno de sus personajes.

Si usted quiere... aunque varias veces he logrado algunas temperaturas agradables cuando mis conciudadanos me parecía que se lo merecían y desagrada­bles cuando creía que no, lo cual ocurría la mayor parte del tiempo. No es que yo me quiera dar en ejemplo de lo que hay que hacer, pero la manera en la que yo re­flexioné sobre este fenómeno de los escri­tores que escriben en los diarios sobre cualquier cosa, opinan y se creen obligados a transformarse, a hablar de banalidades; no le voy a decir que hablan de los guar­dapolvos blancos cuando empiezan las clases en otoño pero... O hablar, opinar sobre la política internacional en términos de politólogos; en sociología en términos de sociólogo. Yo en tanto que escritor no estoy obligado a saber más de política que un maestro de escuela o que un obrero. Tengo sólo opiniones personales sobre la cuestión porque todos los elementos para juzgar un acontecimiento político no es­tán a mi disposición como pueden estarlo.

Por lo que usted dice, en la literatura se está verificando una degradación del silencio, del silencio que Rulfo manejaba tan bien porque era un hombre austero…

Bueno, yo cuando vengo al país y tengo que dar todos esos reportajes en cadena porque estoy pocos días me sien­to sucio de palabras. Es como si las palabras que yo he pronunciado chorrearan en mi cuerpo como un sudor y todo el tiempo me siento en falta conmigo mis­mo, porque yo durante muchos años me mantuve en silencio. Tuve una serie de opciones literarias, digamos de política literaria negativas: no ir a la televisión, no dar demasiados reportajes en los dia­rios, no escribir en la prensa y al final lle­gó un momento que mi figura literaria tuvo tanta acogida que casi naturalmen­te todas esas cosas yo las empecé a hacer

y, al mismo tiempo, me di cuenta de que cuando uno le da un reportaje a uno, no puede no dárselo a otro. En general, en los diarios, ha aterrizado mucha gente que yo conozco desde antes de que traba­jara en los diarios. Pero al mismo tiempo cuando uno va creciendo y cambiando y ejerciendo actividades que antes no hubiese realizado, finalmente se da cuenta de que no estaba tan... de que podía realizarlas sin demasiado daño para su per­sona, para su personalidad o para su imagen. A pesar de todo esto, cuando pienso en Beckett, por ejemplo, siempre me avergüenzo un poco de mí mismo.

Usted decía que la gran literatura siempre toca la política ¿Puede haber diferencias de carácter literario, de calidad y de temática entre un hombre de dere­cha y neoliberal, como Vargas Llosa, en lo conceptual de la literatura y usted que es un hombre afín al socialismo, afín a la izquierda?

No, para mí las cosas que cuen­tan son los valores literarios solamente. Hay muchos escritores de derecha que me gustan como por ejemplo Céline, Borges. No es el caso de Vargas Llosa. Vargas Llosa no me gusta como escritor, no por­que sea de derecha, cada cual tiene dere­cho a pensar lo que quiera y no me interesa lo que piensa políticamente, pero Vargas Llosa me parece un escritor un po­co trasnochado, un poco vetusto. Su for­ma literaria me parece vetusta, por eso no me gusta, pero no es porque sea de dere­cha, es su forma de escribir. A mí me gusta mucho Céline, a veces me gusta Céline y a veces no, no me gus­ta todo lo de Céline; y Borges me gusta mucho y Borges era un hombre de dere­cha, era un hombre conservador, liberal.

A lo que me refiero es a, como dice usted, que toda gran obra tiene relación con la política.

Tiene relación con la política en la medida que una obra, además de ser un producto individual, es un acto priva­do que se transforma en un hecho social y al transformarse en un hecho social es­tá incluido en la generalidad de la ley. Un objeto social está atravesado por todas las energías sociales, los vectores que constituyen la vida de una sociedad, y en­tonces el vector político entra en esa es­tructura, eso es todo lo que quise decir. Eso no significa que tenga que tener un contenido social. Podemos decir que la obra de Beckett aparentemente no tiene ningún contenido social, aunque si anali­zamos un poco "Esperando a Godot" ve­mos a un personaje que le va pegando a otro con un látigo, entonces yo podría interpretar que es la representación de una situación de opresión en nuestra so­ciedad. Yo no voy a ser tan tonto como para hacer ese análisis como primordial en la obra de Beckett, que tiene una obra de una enorme intensidad metafísica. Pe­ro, en realidad, la metafísica tampoco se la puede apartar de la sociedad. La con­dición del hombre es una, entera, con to­dos los aspectos que su existencia le presenta, de tanto aspectos metafísicos, como físicos, como biológicos, como sociales, como políticos, como religiosos, etcétera.

¿Cómo describe su relación con la figura de Borges?

Digamos que Borges es Borges. Hay cosas de su épica, de su visión tradicionalista, que es lo que menos me motiva de su obra. Me aburren. Las historias de los compadritos están bien escritas, pero de nuevo, no me resultan tan interesantes como otras cosas. Siempre me propongo desmitificar la épica; me parece casi necesario después de lo que vivió nuestro país...

En "El concepto de la ficción" reúne todos sus ensayos sobre literatura. ¿Es este libro un mapa de la tradición personal en la que se inscribe su obra?

Es el mapa de mis lecturas. De mi problemática como escritor. Nunca pensé publicarlo porque no sabía si estilísticamente funcionaba. Para mí la forma es fundamental, y si mis ensayos no tienen esa forma no vale la pena, un profesor lo puede hacer mejor que yo. Entre esos ensayos, que llevan fechas que van desde 1965 a 1996, algunos fueron encargos, pero descubro que esos encargos estaban realizados de acuerdo con una afinidad.

Son curiosos los nombres de sus libros: "Glosa", "La mayor", "La pesquisa", también "El arte de narrar", puesto a una colección de poemas. Todos apuntan a algo formal. ¿Son un gesto de no concesión a los lectores?

Nooo. Aunque yo creo que no hay que hacerle concesiones a los lectores. Cuando Pasolini leyó a cierto autor latinoamericano dijo una frase perfecta y lapidaria: "Considera a su público como si fuese su productor". Mi obligación como escritor es que la cosa funcione. Si después al lector no le gusta, ese es un riesgo que corro. El lector tiene que ir hacia el libro y no el libro hacia el lector. Yo fui siempre hacia los libros; ningún libro me vino a buscar. Sería pretencioso pensar que Kafka escribió "La metamorfosis" pensando en mí. Ahora hay un sistema de promoción de todo lo que es convencional. Son entonces las novelas convencionales las que se venden más, son los personajes más convencionales los que aparecen por televisión, pero eso no importa. Pienso que los libros tienen que vivir por sí solos como vivieron para mí el día que descubrí en una mesa de saldos una novela de Faulkner, o cuando tenía quince años y descubrí en una antología de poesía los nombres de Vallejo, de Salinas, de Neruda. Esas son las mejores experiencias de mi vida.

En sus ensayos manifiesta una fe muy grande en el arte como experiencia liberadora, más allá de las opiniones de ese arte. Me interesa preguntarle si lo popular o lo "bajo", que también aparecen en sus relatos, son una especie de contrapunto a esa fe.

Para nada. Lo popular forma parte de mi experiencia, yo soy de orígenes bastante modestos. Nací en un pueblo, viví en barrios populares.

¿Cómo incide la lectura en la escritura?

Para mí, la lectura es un gran placer. La prefiero a la escritura, porque yo no escribo en forma placentera, me cuesta mucho y lo hago en forma muy laboriosa. Al mismo tiempo, la lectura es una especie de puente, una pasarela a través de la cual es necesario transcurrir para poder tener una imagen del mundo. En nuestra época es imposible tener una visión aproximativa del mundo sin la lectura. Por eso es tan importante que los chicos sean alfabetizados y lean.

¿Por qué unos autores y no otros se convierten en referentes en el universo de los lectores?

Hay afinidades selectivas y misteriosas. Hay escritores que marcan generaciones. Borges y Arlt marcaron a la generación del '60. Antes de los '60 se estaba con Borges o con Arlt. A partir de nuestra generación se entendió que un escritor no es el más culto o el que escribe con menos errores, sino el que tiene un mundo personal y coherente, que expresa su totalidad en cada texto. Eso define a un escritor como tal. La intensidad de ese mundo le da un valor universal.

¿Hay cierta desazón en los escritores de hoy teniendo en cuenta que el libro se ve muy amenazado por muchos factores?

No creo. La muerte del libro la vienen anunciando desde hace mucho tiempo...

También la muerte de la historia.

Sí, también. Pero eso no era una idea, era un eslogan, una expresión de deseo. Terminar con la historia significaba terminar con el comu­nismo, decir: "ahora somos todos ultra liberales. Llegamos a un punto en el cual ya no hay más historia". Fíjese cómo, al poco tiempo nomás, la historia mostró el hocico, nauseabundo, como de costumbre.

¿Es consciente del lugar que ocupa hoy dentro de la literatura argentina?

No. No sé. No pienso nunca en el lugar que ocupo. No me pienso a mí mismo en absoluto. Pienso en relación con mis libros. Si juzgo por la repercusión que tienen mis libros, la repercusión periodística, la crítica y todo eso, pensaría que ocupo un lugar importante. Pero eso es lo que se ve. Después hay mucha gente cuya opinión ignoro, a la que probablemente no le gusten mis libros. Pero nunca pienso en esos términos.

¿Y en qué piensa?

Pienso en la coherencia interna de lo que escribo. Eso sí me preocupa. Me preocupa escribir cosas en las que no creo. No podría hacer eso. Pero no como credos políticos o morales, sino estéticos. Más bien sobre todo en una frase o en una palabra en la que no creo, o en una frase que me parece que no puede salir de mí. Yo reconozco inmediatamente una cosa que he escrito o que no he escrito. Da lo mismo. Por ejemplo, un papel que se entremezcla entre mis papeles, lo leo y digo "ésto no lo escribí yo", y efectivamente es así. Y otra cosa que me preocupa también, en la cual pienso, y pienso cada vez más a medida que envejezco, es que me gustaría seguir creando con la misma energía, porque tengo muchas ganas de escribir muchas cosas todavía.

¿Cuándo va a escribir el tratado de filosofía en una lengua popular del Río de la Plata?

Cuando tenga algo que decir... pero no creo. Como dicen los franceses, "mañana no es la víspera".